Este problema puede ser el más grave, según cómo se gestione. Si las plantas oleaginosas se producen en terrenos baldíos e improductivos hasta ese momento, la cosa pinta muy bien, pues se estaría creando producción y riqueza donde antes había un solar. Por desgracia, no es esto lo que suele suceder.
En general, el cultivo de plantas utilizables como biocombustible se produce en lugares donde antes había otra cosa que no era, precisamente, tierra seca. Es sabido que en muchos países este tipo de plantaciones han sustituido a cultivos destinados a la alimentación de la población local, haciendo subir el precio de los alimentos básicos cuya producción se reduce. Es muy conocido el caso de las “tortitas de maíz” en México, aunque no es el único.
Otra opción, al parecer muy común, es la deforestación de selvas tropicales para plantar este tipo de cultivos. Humanamente esto no es tan perverso, pero desde el punto de vista del equilibrio energético planetario (precisamente lo que queremos mejorar) es incluso más dañino, pues la forma más rápida de eliminar un bosque es quemarlo, liberando todo el CO2 acumulado en él durante décadas.
El verdadero saldo energético
Incluso si no deforestamos nada para plantar nuestras camelinas (en ese caso ya es evidente que el saldo energético difícilmente será positivo), su saldo energético neutro es, en la práctica, imposible.
Una plantación industrial, de la escala necesaria para que esto funcione, necesita numerosos aportes que no son renovables